12 julio 2013

"Influencers" de medio pelo y seguidores de saldo



La gloria al alcance de los dedos. No hace tanto, los galones había que currárselos. Uno no llegaba y besaba el santo como si nada en cualquier disciplina o responsabilidad laboral. Los más veteranos del lugar miraban con una mezcla de desconfianza y condescendencia el impulso de los más jóvenes cuando se incorporaban al trabajo. Pero la cultura trepa y del pelotazo busca atajos, no entiende que el camino hay que labrárselo con el sudor de la frente a diario y tragando muchos sapos.
En este sentido internet es un terreno muy propicio para los amantes del atrezzo. Uno no tiene que pintar un lienzo para demostrar que es un reputado artista, sino que basta con airear por la red las excelencias de cada uno. Para esto las redes sociales son geniales. Y puestos a figurar ¿por qué quedarse cortos en las alabanzas? Mientras nadie demuestre lo contrario, a partir de ahora seremos expertos, influencers, evangelistas, o como lo califica Alejandro Suárez, "gurupollas".
La idea es la siguiente: uno mide su peso en la red por el número de seguidores que tenga, y esto se vive intensamente en Twitter. Es inevitable: cuando nos presentan un perfil nuevo la retina se dirige involuntariamente a la casilla followers: si cuenta con una decena de ellos, nuestro subconsciente en busca de gloria clasifica ese usuario como irrelevante. Pero si por el contrario este perfil cuenta con miles, o mejor aún, decenas de miles de seguidores, el presunto gurú pasa a ser alguien realmente relevante y cuyo timeline seguro que no tiene desperdicio. 

El 'follow' compulsivo en busca de reciprocidad

Esta poderosa ansia por acumular seguidores a cualquier precio hace que muchos usuarios de la conocida red social sigan compulsivamente a cuentas con el objetivo de lograr una reciprocidad. Es decir, que uno puede contar con 10.000 seguidores y seguir a 13.000 personas. Sobre el papel, se trata de una persona influyente, pero el precio pagado es elevado: está demostrado que un usuario apenas puede leer el contenido de más de un centenar de cuentas, ¿qué ocurre con las otras 9.900? Caen en el sueño de los justos.
Los usuarios de Twitter que siguen a miles de personas emplean listas en las que sitúan a sus pata negra, a los que leen, o siendo estrictos, a los que realmente siguen. Diremos que en este extraño juego ambas partes saben que es muy posible que sus tuits caigan en un pozo sin fondo y que nadie los lea, pero es el precio a pagar por conseguir el follow back.
No hay normas escritas, pero el concepto de asimetría en Twitter viene derivado de un hecho evidente: uno puede tener muchos más seguidores que gente a la que sigue, y no por nada en especial, sino porque su perfil despierta un mayor interés que el generado por sus seguidos. Este hecho es vivido por muchos como una punzada en el orgullo y así muchos unfollows resultan traumáticos. Pulsar ese fatídico botón es como expresar "no me interesas y no te voy a leer". Es más políticamente correcta la fórmula "te meto en el saco de los diez mil que sigo", y "no te voy a leer", en cualquier caso. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Un negocio que trae cuenta... a todos

Sin embargo, en esto de internet nada es lo que parece: resulta que uno no puede ya ni fiarse no de la cantidad, sino de la calidad de los seguidores. Decíamos que el lustro de los galones se mide en fríos números, y el autocalificado gurú es percibido con mayor intensidad de esta manera si cuenta con legiones de seguidores. Pero muchos de ellos pueden ser de cartón piedra. No sólo por el intercambio de cromos que antes hemos descrito, sino porque hay todo un negocio en torno a los falsos seguidores.
En este sentido, PC World destaca el creciente florecimiento del mercado de los seguidores falsos. No se trata de algo aislado, sino de un fenómeno que mueve dinero, y mucho. Resulta que conseguir nuevos followers que aúpen el desmedido ego 2.0 está al alcance de cualquier bolsillo, y lo que es peor, es prácticamente imposible acabar con este fenómeno. Los nuevos spammers conocen todas las artimañas que consiguen engañar a los ordenadores en busca de bots: los falsos seguidores actúan a todos los efectos como humanos, publicando de cuando en cuando mensajes y evitando que la cuenta esté inactiva.
Pero... además de la vanidad, ¿qué mueve a los usuarios a comprar seguidores? PC World destaca que una vez más, el vil metal está detrás de este proceder: los presuntos gurús saben que si cuentan con miles de seguidores es más fácil captar clientes o hacer negocio en la materia que pretendan fondear. Salen las cuentas. El kilo de follower cotiza a precio chollo y el dinero que uno puede obtener vendiéndose como experto de lo que sea es contante y sonante.
Y que nadie piense que este mercado persa de seguidores es territorio exclusivo de pretenciosos pseudo expertos: el New York Times destaca que marcas del calibre de Pepsi estarían también comprando admiradores a centenares. ¿Influencer? No tanto. 

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