Mientras que el gobierno español
sigue empeñado en hacernos creer que la economía española levantará
cabeza este año se vuelven a recrudecer los peores pronósticos sobre el
futuro inmediato del sistema financiero y de la economía mundial.
En realidad, no tiene mucho mérito anticipar que se está gestando un
crash mucho peor que el que provocó la crisis de las hipotecas subprime cuyos coletazos todavía sentimos con casi toda intensidad.
No puede ocurrir otra cosa cuando prácticamente no se ha hecho nada
para bloquear los factores de riesgo que ocasionaron esta última crisis y
que, por tanto, van a volver a provocar otras sucesivas, cada vez de
mayor envergadura y peligrosidad.
Las principales circunstancias que permiten augurarlo son las siguientes:
1) El volumen materialmente impagable que ha alcanzado la deuda pública y privada en todo el mundo.
Es inevitable que, antes o después, se produzcan suspensiones de
pagos en casos concretos o en serie y, además, de modo muy desordenado,
por dos razones principales. En primer lugar, porque no existen
instituciones ni mecanismos de arbitraje a nivel mundial que pudieran
abordar el problema estableciendo quitas o reestructuraciones
equilibradas. Y, en segundo lugar, porque es imposible que la deuda
acumulada se pueda metabolizar por el sistema, ni siquiera a muy largo
plazo, sin producir un bloqueo fatal de la actividad productiva, dada su
magnitud.
Los conflictos por esta causa pueden comenzar a darse muy pronto, en
el mismo momento en que se produzcan subidas, que ni siquiera tendrían
que ser muy grandes, en los tipos de interés, bien generalizadas o
incluso solo en algunos países. A partir de ahí, muchos países entrarían
en situación de default, al no poder hacer frente a los pagos de sus obligaciones por deuda y eso arrastraría a los demás sin remedio.
La deuda mundial y la de los diferentes países se viene duplicando
cada siete o diez años más o menos (en algunos incluso en la mitad de
tiempo), lo que indica que no es posible “digerirla” esperando a que lo
haga el crecimiento de la actividad económica y del ingreso, no solo
porque éstos serán siempre globalmente insuficientes sino porque,
además, se concentran cada vez más.
Y las suspensiones de pagos no vendrán solas sino acompañadas de
movimientos de capital muy rápidos y caóticos, como los que han surgido
en las últimas semanas en torno a algunos de los llamados países
emergentes y que llevarán consigo crisis cambiarias y perturbaciones
grandes y graves con efectos inevitables sobre la economía real.
2) La insolvencia generalizada de la banca internacional que provocará otro estallido del sistema financiero.
El salvamento de los bancos ha consistido en permitir que vuelvan a
actuar “como si”, es decir, aparentando que han saneado sus balances
gracias a mentiras y trampas contables y a las ayudas regulatorias que
permiten registrar beneficios con independencia de su verdadera
situación patrimonial y, más concretamente, sin contabilizar los
verdaderos quebrantos que han sufrido sus activos.
Gracias a las ayudas multimillonarias de los bancos centrales y de
los gobiernos se ha podido reciclar una parte de los activos tóxicos que
habían contaminado hasta la parálisis a la inmensa mayoría de las
grandes entidades financieras, pero aún queda una buena parte de ellos
en los balances, disimulada gracias a que se siguen valorando a precios
de adquisición como si no hubiera ocurrido nada en estos últimos años.
La prueba es que prácticamente en ningún sitio se ha recuperado la
financiación a la economía.
Y no solo no han desaparecido los activos tóxicos de los bancos sino
que éstos ha aumentado su exposición a los peligros de los derivados
financieros con los que se alimentan un buen número de burbujas que
siguen produciendo beneficios ingentes de la nada a las entidades
financieras. El gigantesco saco sin fondo de donde procederá la chispa
que provoque de nuevo una crisis financiera.
3) La falta de regulación de las finanzas internacionales que multiplica la inestabilidad y las crisis.
Tampoco se ha hecho nada por evitar que la especulación y la
generación de burbujas se siga generalizando en la economía
internacional, consumiendo recursos y desestabilizando todo lo que hay a
su alrededor. Las tensiones en las bolsas son constantes y están
apuntando a una caída vertiginosa que puede ir acompañado del estalido
de las burbujas que se vienen generando en diversos ámbitos y países.
Además de estos factores que son de carácter más coyuntural, es
decir, que pueden provocar un estallido en cualquier momento, hay que
tener en cuenta otros tres estructurales que crean un permanente caldo
de cultivo para la inestabilidad y las crisis, pues empujan y dan fuerza
a los anteriores.
El primero es la desigualdad creciente que tiene tres efectos:
deteriora la actividad productiva por falta de recursos, alimenta el
ahorro que se dirige a la especulación financiera y desincentiva la
innovación y el equilibrio social que podría llevarnos hacia modelos
productivos más estables y menos dados a la crisis.
El segundo, son los límites insuperables que impone la naturaleza y
el uso que hacemos de los recursos. El capitalismo podría hacerse más
estable, como ocurriera tras la larga época de crecimiento posterior a
la segunda guerra mundial, pero eso solo sería viable (en el marco del
actual sistema de propiedad y bajo el imperativo del lucro) a costa de
intensificar aún más la explotación de la naturaleza y de las fuentes de
energía, lo cual es también ya materialmente imposible sin provocar un
destrozo de consecuencias verdaderamente incalculables.
Finalmente, hay que tener en cuenta que las crisis que estamos
viviendo casi sin cesar en los últimos doscientos años no son episodios
resultantes de fenómenos naturales o de meras incidencias casuales sino
el efecto de una sociedad que se organiza sin organizarse, que se deja
llevar por la ganancia y no planifica, que no respeta los límites de la
naturaleza, que separa la necesidad de las estrategias de producción,
que concibe la propiedad como una frontera, que entroniza el dinero y lo
convierte en el eje alrededor del cual ha de girar la vida y que, así,
está condenada a sufrir recurrentemente el divorcio entre la oferta y la
demanda, entre lo que necesitan los seres humanos y lo que éstos
producen con los recursos.
Y por si todo esto fuese poco no hay que olvidar que vivimos en una
situación política y social extraordinariamente inestable, con
democracias (donde las hay) limitadas y vigiladas, sin gobierno mundial y
sometidos al dictado de los grandes poderes económicos, bajo la amenaza
constante de guerras y en medio de continuos conflictos de baja o media
intensidad. En otros momentos de la historia, las guerras solucionaban
situaciones de deuda impagable o de insuficiencia de demanda y falta de
rentabilidad pero hoy día la magnitud de los problemas que he mencionado
es tan grande que ni una guerra de dimensiones colosales podría
solucionarlos.
Nos encontramos al borde del abismo y lo comprobaremos muy pronto.
Fuente: Público.es
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